De
las tantas experiencias que se pueden tener en los Emiratos Árabes
Unidos, una en particular es la de poder ver rodar carros de altísima
gama como Ferraris, Lamborghinis, Rolls Royce y otros cercanos a estos linajes. Diría que de diez carros que se ven en las calles y autopistas, dos pueden pertenecer a esta realeza automovilística.
Vivo en la cultura del automóvil sofisticado y la rápida movilización. En mi caso particular, el único carro que conduzco es el carrito de compras
del supermercado y me ha tocado la experiencia quincenal de maniobrarlo
con gran destreza, personalidad -y temor- entre uno que otro miembro de
la susodicha estirpe automovilística, cuando permanecen orondamente parqueados en los numerosos espacios entre el supermercado y mi casa.
No siempre tengo la suerte de que el carrito del supermercado que escojo, este en optimas condiciones mecánicas y de maniobrabilidad.
Mi inmediata reacción fue atravesarme quedando entre su parte frontal y la reluciente puerta del orgullo de Maranello. Aunque
hubo un impacto sobre un lado de mi cuerpo, el dolor no fue tan fuerte
como el que me hubiera ocasionado, si el carrito hubiese impactado a Don Ferrari: ¿cuánto me hubiera costado una abolladura a semejante monumento? Como ven ¡casi me lo gano!
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Este Blog en
ELTIEMPO.COM
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