jueves, 19 de diciembre de 2013

El último artesano de Dallahs


Dallah significa cafetera en árabe y para los habitantes del golfo representa el aroma de hospitalidad que se respira al invitar a un amigo o desconocido, por igual, a tomar una taza de café.  

Ismail Ali Al Hassan, de 74 años, es considerado el último artesano de dallahs en los Emiratos Árabes Unidos, después de que su hermano mayor  abandonó  esta actividad artesanal hace 25 años. 

Hacer dallahs la describe Ali como una labor extremadamente ardua. Sin embargo, para él se ha convertido en su obsesión y de elaborarlas en bronce en el pasado, para pescadores de perlas, en la actualidad las hace en oro de 24 quilates para la realeza del Golfo Arábigo.

Cuenta Ali que, en el pasado, todo el mundo tenía una dallah; había desde las más modestas hasta la más elaboradas; no importaba.Si tenías visitantes en tu casa, había que recibirlos con humeante café servido de una dallah

Lo anterior sucedía, especialmente, cuando alguien contraía matrimonio. Se consideraba  una afrenta social no tener café listo en el ancestral utensilio, para el amigo siempre bienvenido. 
 
Símbolo nacional 

Las dallahs son monumentos  majestuosamente  visibles en ciudades emiratíes donde las erigen en lugares como parques o bulevares.Son, además, el símbolo grabado en la moneda local, el dirham;serían algo así como nuestro emblemático sombrero vueltiao.

Hechura y herramientas
A Alí le toma varios días elaborar una dallah, la cual se compone de tres laminas de metal: una  para el cuerpo de la pieza, otra para la parte superior y el surtidor y una última para la cubierta.

Aparte de su taladro eléctrico, las herramientas que usa hoy en día son las mismas de los años cuarenta del taller de su padre, las cuales le sirvieron a él y a sus ancestros para levantar a sus familias por todo un siglo.

Horizontes más brillantes
La artesanía de dallahs no ha sido un negocio muy rentable y en los sesentas a Alí le tocó recurrir al contrabando de oro, en las rutas del Océano Índico, en busca de horizontes más brillantes. Para le época, era una actividad practicada por muchos.

Su experiencia en moldear metales le había agudizado su creatividad en la nueva actividad. Cuenta Alí que: “ tenía tantas ideas y el negocio era fácil y rentable, comparado con el de  hacer dallahs ”.

Entre sus  numerosas artimañas, se encontraba la de clavar 100 gramos de oro en la gruesa suela  de sus sandalias; o la de  camuflarlos en el mango de un sartén; o la de  fundir oro en diminutas láminas y colocarlas en cajas de cigarrillos; o la de reemplazar por oro los bastoncitos de hierro que adornaban a los cofres metálicos.

La reputación de Ali como hábil contrabandista se esparcía rápidamente, pero nunca le encontraban nada. Aun así, las autoridades aduaneras expidieron un decreto  prohibiendo  su entrada a la India por tres años.Intentó ingresar por bote y lo descubrieron. Corrió la misma suerte al aventurase entrar por avión a través de Mumbai.

No dispuesto a dejar el lucrativo negocio, tomó la decisión de cambiar su nombre– y nos imaginamos que su apariencia física- por uno común que lo hiciera pasar desapercibido.Esta vez hizo el viaje a Nueva Delhi vía Kuwait.

Los agentes de aduana le preguntaban ¿por qué venía a Nueva Delhi cuando todos los árabes viajaban por Mumbai? “ Taj ”, les respondía Alí  “…ustedes saben el Taj Mahal”.Ante  la respuesta, le permitían la entrada inmediatamente. 



De aquí en adelante Nueva Delhi se convirtió en la ruta de oro para Alí.Sin embargo, su nueva y azarosa actividad lo marginaron de momentos significativos en su vida como el nacimiento de sus hijos y el fallecimiento de  seres queridos.

Finalmente, después de casi dos décadas en el arriesgado negocio, Alí regresó nuevamente los Emiratos Árabes a ser artesano de dallahs, cuando los precios de las cafeteras hechas a mano subieron.

En la actualidad trabaja en un pequeño taller detrás de su casa en Dubái y su reto es elaborar la dallah más grande del mundo. Manifiesta que: “ no importa cuánto tiempo tome, siempre y cuando quede bien hecha. La calidad es lo que cuenta”.

En el último  tercio de su vida, el último  artesano de cafeteras de los Emiratos Árabes Unidos, será probablemente el primero en establecer un nuevo registro mundial para su país.

Marcelino Torrecilla (matorrecc@gmail.com) 

Referencia

martes, 3 de diciembre de 2013

La lucha nuestra de cada día


Jihad es una palabra en árabe que los occidentales asocian con violencia, por la gran cantidad de noticias del Medio Oriente que relacionan al término sólo con escenarios de guerra y conflicto. 

Jihad significa lucha o esfuerzo y no siempre tiene una connotación  guerrerista. Distensionando un poco la palabra, hay que decir que la misma se usa también en campos para nada beligerantes.

En el idioma árabe de todos los días, por ejemplo, una madre preocupada podría decir que a su hija le está costando mucho esfuerzo el colegio y pasar los exámenes se convierte en su jihad.
En otras palabras, a la niña le va mal y probablemente lleva el año embolatado. Esto sería algo así como una jihad escolar.

Jihad el travieso
Jihad es también un nombre propio.Cuenta una historia, que había una vez una  mamá árabe que tenía  un hijo llamado Jihad -inquieto como el solo-  quien se regodeaba en la travesura de escondérsele a sus papás en lugares públicos.

Lo anterior  sucedía en aeropuertos internacionales, donde la señora tenía que contenerse de llamar en voz alta al travieso infante- para encontralo. 

Gritar ¡Jihad! en un aeropuerto de occidente, no es nada recomendable, por la connotación ya mencionada anteriormente. En realidad, es un nombre para sólo ser susurrado en ciertos lugares: Jihad es un hombre incomprendido.

Esto contrasta notablemente con el uso  local y rutinario del mismo. En estos días me encontraba en la sala de espera de un hospital en Abu Dhabi, cuando de repente oigo en voz alta a alguien llamar a un paciente con el nombre en cuestión: ¡Jihad! ¡Jihad! Naturalmente, nadie salió despavorido.

Nuestra Lucha
Creo que la palabra árabe que hoy nos ocupa viene como anillo al dedo a nuestro contexto, porque sin lugar a dudas vivir en Colombia en la actualidad es toda una lucha, muy contrario a lo que se diga de que somos el país más feliz del mundo- o uno de los.

Se puede decir que el colombiano promedio vive en una constante lucha. Desde que se levanta comenzando con la lucha de la cogida del bus, cuando le toca encaramarse de bandera, o ir apretujado en un maremágnum humano tenaz, cuidando que  el delincuente no le eche mano a la precaria cartera que carga en su bolsillo.

Al bajarse del bus e iniciar su agenda de diligencias, lo espera la lucha  de las interminables colas para cobrar su pensión o pagar a regañadientes alguno de los tantos  impuestos  de los cuales poco o nada recibe de beneficio.

La lucha mayor, sin ninguna duda, debe ser la de la atención a su salud, para lo cual al colombiano de marras le toca sufrir el infame y degradante paseo de la muerte, del cual muy raras veces sale bien librado.

Y claro, no podemos dejar por fuera la lucha que el colombiano de la calle tiene con las benditas compañías de celulares y allegadas.

Podríamos seguir y crear toda una enciclopedia de pequeñas batallas del diario vivir  colombiano y necesitaríamos de muchísimo espacio para llevar a cabo un proyecto de semejante envergadura y esfuerzo.

Los colombianos son unos guerreros y están siempre dispuestos a la batalla del diario vivir. Sólo desearían que su lucha no fuera en condiciones tan abismalmente desiguales.

Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)