domingo, 26 de febrero de 2017

Presos en Dubái

"En el mundo en que yo vivo siempre hay cuatro esquinas", clama, resignado, el personaje del Preso, canción inmortal interpretada por el gran cantante de salsa, el colombiano Wilson Saoko.

Afortunadamente, esas cuatro esquinas, universales, a las que está sometido alguien que pierde su libertad, en Dubái se expanden para los internos de la prisión central de este emirato, con oportunidades algo inusuales, que le permiten a un recluso reducir su pena, y en algunos casos recobrar su libertad.

Borrón y cuenta nueva

De todas las actividades que un preso realiza en una cárcel emiratí, la religiosa es la que ofrece significativas posibilidades de reducción de penas. Lo anterior se materializa con base en cuántas partes del Corán -libro fundamental de la religión musulmana- pueda memorizar el interno.

Por ejemplo, si el recluso memoriza tres partes del Corán, su condena se reduce en seis meses; memorizar cinco partes del sagrado libro quitan un año; diez partes cinco años; quince partes diez años; veinte partes quince años.

Memorizar las treinta partes del libro completo del Corán, permite reducir veinte años de la condena. Ahora, para tener derecho a este beneficio, el interno tiene que cumplir ciertos criterios. Cada caso se somete a un escrutinio, teniendo también en cuenta la gravedad del crimen cometido por el condenado.

A la fecha, desde el año 2012, han participado en esta experiencia, 11.553 sentenciados, 1.635 mujeres y 9.918 hombres. Desde el inicio de este beneficio, a 1.849 internos se les ha reducido las penas.

Un caso excepcional es el de una mujer de Camerún llamada Fatima, convicta por posesión de drogas, quien se convirtió al Islam, aprendió el idioma árabe, y memorizó en su totalidad el contenido del Corán. La dedicada mujer fue liberada y recompensada con 10.000 dirhams -moneda local- lo que corresponde a casi 8 millones de pesos colombianos.

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El redentor

Las cuatro esquinas en las que está confinado nuestro personaje en El Preso, se siguen ensanchando en Dubái con la presencia del redentor indio Singh Oberoi, quien se ha dado a la tarea de liberar a convictos condenados a la pena de muerte, cancelándoles las exorbitantes sumas que éstos adeudan y deben pagar para compensar a las familias,  a las cuales ellos han afectado; este es el procedimiento que legalmente se acostumbra en un país como los Emiratos Árabes Unidos.

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Hasta ahora el señor Singh ha salvado la vida de 54 personas condenadas a pena de muerte, y a cadena perpetua. En estos momentos le extiende su mano a treinta condenados de diferentes nacionalidades. Su generosidad le llevó a desembolsar, en una ocasión, 3.4 millones de dirhams, unos 250 millones de pesos colombianos, para que dejaran libre a 17 ciudadanos indios.

Singh Oberoi tiene 59 años y es un hombre de negocios en Dubái, quien basa su fortuna en una exitosa compañía de construcción de su propiedad.

El empresario hace un estricto seguimiento de todas las personas a quien ayuda llamándolos y algunas veces visitándolos en la India, e indagando acerca de su bienestar. Su misión, dice, es a largo plazo.

En este costado del mundo, el triste confinamiento de las cuatro esquinas de una cárcel es mitigado por un sol que siempre alumbra y da oportunidades de libertad. Solo se necesita dedicación y un buen ángel.


Marcelino Torrecilla N
Abu Dhabi junio de 2016

Fuentes
Moukhallati, Dana . "Abu Dhabi plans revolutionary new jail with no guards | The National." Abu Dhabi plans revolutionary new jail with no guards | The National. N.p., n.d. Web. 11 Aug. 2014. <http://www.thenational.ae/uae/courts/abu-dhabi-plans-revolutionary-new-jail-with-no-guards>.
Menon, Sunita . "Meet the Dubai businessman who gave death row convicts a second chance." Newsletter. N.p., n.d. Web. 11 Aug. 2014. <http://gulfnews.com/news/gulf/uae/society/meet-the-dubai-businessman-who-gave-death-row-convicts-a-second-chance-

jueves, 2 de febrero de 2017

Llorar para contarlo

 A mi padre, mi viejo farmaceuta que casi todo lo curaba

Si lagrimea y le arde –iniciaba el curioso aviso publicitario en una farmacia en la ciudad del Cairo– …escuche la historia de Saqhur y luego aplíquese en cada ojo dos milagrosas gotas de Raha.

Atraído por el singular mensaje se acercó Kristóf Fodor –un expatriado húngaro recientemente llegado a Egipto– a un barbado farmaceuta, que lo recibió con una amable sonrisa, detrás de un desvencijado mostrador.

Verá usted– arrancó el europeo una especie de breve relato de antecedentes– cuando lagrimeo, los ojos me arden y, aunque tolerable, si se prolonga, el malestar puede ser algo doloroso. Puede, usted, por favor, contarme la historia de Saqhur y venderme un colirio de Raha.

Algo doloroso, ¡ah!– fueron las primeras palabras que salieron de los labios del blanquibarbado farmaceuta, quien con toda la amabilidad del caso, invitó al paciente al interior de su establecimiento, y pidió que se acostara en un raído, pero cómodo, diván.

Todo comenzó hace mucho tiempo, en un pueblo en el norte de Egipto llamado Saqhur, cuyos pobladores, en una ocasión, mientras asistían al funeral del primer fallecido de su comarca, experimentaron como sus ojos comenzaban a arder con mucha intensidad, cuando las lágrimas se desbordaban sobre sus mejillas, y el insoportable ardor solo lo aplacaba detener el llanto. Muchos, no dispuestos a suprimir sus sentimientos, daban rienda suelta al sentido momento y morían por la acción de las lacerantes lágrimas que desgarraban las carnes de sus cuerpos, como la incandescente lava que ladera abajo corre y todo lo destruye.

Debían los lugareños, entonces, conformarse con solo un sollozo y ponerle  freno al inicio del llanto. Llegó esta calamidad a tal magnitud que las autoridades de la localidad tuvieron que poner avisos –por todo el pueblo y alrededores–  que decían: PROHIBIDO LLORAR, para así disminuir las muertes que los momentos tristes y de aciago, traían a la comunidad de Saqhur.
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Aviso: Prohibido llorar

Fue esta una población que se diezmó y desapareció rápidamente, ya que unos morían temprana y dolorosamente porque sucumbían al sentimiento del llanto, mientras otros fenecían, también muy jóvenes y de física melancolía, al no poder desahogar sus sentimientos.

La generación que prosiguió a la del pueblo de Saqhur recuperó la capacidad y el derecho a llorar, circunstancia que no desaprovecharon desatando en lágrimas, y a placer, hasta el más aparente y banal de los sentimientos, y eran los hombres quienes desplegaban la más pura y natural emoción, cuando no existía aún el dañino estereotipo de quiénes eran los que no debían llorar. Fue también esta la generación que murió longeva, hombres y mujeres por igual, y partían de este mundo ligeros de malsanos y pesados equipajes emocionales; se despedían, absolutamente, sin carga alguna.

Todos, sin embargo, termino contándole, experimentaron, dentro de su felicidad, un muy leve dejo de ardor en sus ojos, como el que hoy usted me describe, el cual, comparado con el que sufrió la generación de Saqhur, era casi que imperceptible, y, para algunos, indoloro. De hecho, todos pensaban que algo de dolor era necesario para combinarlo con la abundante felicidad de poder de nuevo llorar, sin morir en el intento. Aquí termina la historia. ¿Cuantos colirios de Raha va a comprar?”

Ante la pregunta del farmaceuta, solo hubo un extenso silencio.

“–Ninguno– respondió Kristóf Fodor con firmeza y con un mar de cavilaciones rondando en su cabeza– la historia de su receta ha sido suficiente”.

Gotas de lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y lloró –sin ardor ni vergüenza– por el trágico sino del pueblo de Saqhur. El farmaceuta, muy discretamente, dejó el consultorio y Kristóf Fodor lloró un poco más en las sombras y la soledad del apagado recinto.

Las gotas de Raha, que el inusual aviso publicitario anunciaba, nunca existieron. El sabio farmaceuta sabía que la sola historia terminaba dando alivio y sabiduría a todo aquel que a ella acudía. Nunca le habían hecho un pedido de la milagrosa solución, que, en realidad, ya estaba contenida en el relato.

Kristóf Fodor no había sido el primer cliente de la vieja farmacia en el sur del Cairo. Hasta ese momento, el seductor mensaje publicitario había resultado ser de lo más efectivo y, para el viejo farmaceuta, de lo más gratificante.

A su natal Budapest, desde el aeropuerto del Cairo, viajó de vuelta Kristóf Fodor, una soleada mañana de un mes de noviembre, sin registrar equipaje alguno.


Marcelino Torrecilla N  (matorrecc@gmail.com)
Abu Dhabi, enero de 2017
¿Qué moraleja, para esta historia, me sugieren mis apreciados lectores?