martes, 14 de agosto de 2018

Nada por aquí

Unos maltrechos trajes de payaso en una playa de Kerala, al sur de la India, llamó la atención de Jessica Scott. La joven no dejaba de tomarle fotos al colorido vestuario bañado por un espumoso oleaje con rigurosa puntualidad.


«Hay una increíble historia detrás de esos trajes», le dijo una voz a sus espaldas.

Jessica, sorprendida, se volteó y miró a quien sería su relator en los próximos cinco minutos. Se trataba de Rajeev Khatri, un viejo pescador de la localidad de Poovar, sobreviviente de muchas batallas de mar y un buen contador de historias.

«A propósito, lo que usted ve ahora es solo una réplica de los vestidos. Están en ese punto para recordarnos lo que allí sucedió. Eran los tiempos en que el gran marajá Swathi-Thiruna reinaba lo que es hoy el estado de Kerala. Para la época, todo este territorio había sido azotado por la peor ola de monzones que la India haya tenido conocimiento. Hubo miseria y desolación, pero el pueblo mostró su tenacidad, y se sobrepuso a la fatal circunstancia».

«Después de semejante calamidad, el marajá pensó que sus súbditos merecían un rato de esparcimiento. Fue por lo que el gobernante ordenó traer desde Italia el mejor circo de la época. El espectáculo lo dirigía el conocido hombre de carpas Gaetano Ciniselli, quien reunió a un elenco de payasos, acróbatas, y a un ilusionista de marcada reputación».

«Por barco, la tropa circense emprendió la travesía a la India desde la gran Europa. Todo era alegría en la embarcación, hasta que la desventura irrumpió. Cuando ya se divisaba la costa de Kerala, la nave fue asaltada por piratas y todo pasó a ser pánico y zozobra. Fueron los payasos los que, en una noche de descuido, se las ingeniaron para escapar. Bajaron por uno de los lados del barco y nadaron por un corto tiempo hasta esta playa, donde hoy estamos. Era ya de madrugada. Los payasos rieron y celebraron su fuga hasta más no poder, y exhaustos se echaron a dormir –por el frío– lo más junto que pudieron».

«Enfurecidos, los sanguinarios piratas habían emprendido la persecución de los fugados. Desembarcaron en la playa. A la distancia podían ver la colorida colcha de ropajes extendida plácidamente sobre la arena. Desenfundan sus filosas dagas y arremeten. Ya de cerca, con asombro, los atacantes ven algo muy parecido a lo que usted observa en este momento: unos coloridos y estropeados trajes de payaso».

«Se supo después que, con los payasos, había escapado también el ilusionista, experimentado ejecutor del acto de la desaparición».

jueves, 8 de marzo de 2018

Colcha de relatos

En la biblioteca de Alejandría, en Egipto, un escritor de fábulas implementaba un experimento para interesar a lectores, convirtiendo en papel desechable las hojas de uno de sus escritos. Fueron 120 páginas que el fabulador cortó por la mitad, con la guillotina del venerado recinto.Un lado del papel estaba en blanco y en el otro se encontraba el fragmento de una historia. Como cartas de baraja, el escritor cambió el orden de los trozos de papel –en repetidas ocasiones– y luego organizó cuatro pilas con 60 especies de volantes. Dejó tres pilas en bibliotecas de Alejandría y una en la biblioteca pública del Cairo. Todas las hojas fueron a dar a una bandeja que decía: papel borrador, que la gente usa para hacer anotaciones.  ¿A cuántos les llamaría la atención un texto en un papel desechable? El experimento comenzaba.

* * *

En la biblioteca de AlejandríaCleopatra Nazari, profesora de 50 años, siempre necesitaba papel borrador, ya que, por su mala memoria, precisaba anotarlo todo. Le llamó la atención que en el lado donde había un texto –en el papel que sostenía en su mano–  se leía: Colombia, en la segunda línea, y comenzó a leerlo:

«De esta forma el gran jeque de Dubái respondía a una carta que le había llegado desde Colombia, semanas atrás, de quienes se hacían llamar honorable congresistas. Escribió el jeque: “Estimados señores: Gracias, ante todo, por los elogios que hicieron acerca del emirato que lidero. Por esta misiva, le extiendo en forma oficial una invitación a 30 de sus funcionarios, para que me visiten y tengan una experiencia, de primera mano, de cómo administramos el emirato de Dubái. Todos los gastos corren por mi cuenta”.

En forma inmediata, los honorables congresistas le respondieron al jeque y le manifestaron que necesitaban llevar asesores, y la lista de viajeros se incrementó a 60. El gran jeque no tuvo reparo. Congresistas y asesores conocieron cómo se manejaba Dubái, y disfrutaron hasta más no poder, y el jeque estuvo complacido.

Su generosidad era inconmensurable hasta el punto de proponerles a los distinguidos visitantes que fueran ellos los que administraran a Dubái por una semana (con un billonario presupuesto) para que, según palabras del mismo jeque: la experiencia fuera completa. Cuenta esta historia que, en esa semana, el jeque y su séquito se fueron a España por un descanso que, de paso, necesitaban.  A su regreso, el gobernante, en su avión en el aeropuerto de Dubái, recibe una llamada de uno de sus secretarios:
Su alteza decía una voz temblorosa al otro lado de la línea– se trata de los visitantes colombianos.

Dígame –preguntó el jeque preocupado–. ¿Qué pasó?
– Su alteza –la voz volvió a temblar– no sé ……por dónde comenzar.
Fue esta la última línea en el trozo de papel, y Cleopatra Nazari quedó intrigada acerca de lo que pudo haberles pasado a los extranjeros. Quería saber el resto de la historia y corrió hacia donde estaba la bandeja con el resto de papeles. Los leyó uno a uno, pero ninguno continuaba el relato.


* * *


Algo similar a lo de Cleopatra Nazari le sucedía a un joven tunecino llamado Samir Masmoudi, quien requería anotar información de hostales en el Cairo. Al tomar un trozo de papel borrador, le llamó la atención la primera línea del texto, que decía:

«Lo curioso era que nadie, en seis meses, había visto el rostro del vendedor de perfumes, del apartamento 403. Llegaba muy tarde y salía de madrugada. Sus agradables fragancias, extraídas de plantas y frutas, irrumpían en todas las alcobas de los apartamentos del edificio Fantasía, y traían sosiego a sus residentes.

A los que sufrían de insomnio les daba sus ocho horas de sueño, con un aroma de durazno; a los que estaban enemistados los amigaba con esencias de cereza. Todos coincidían que, con la llegada del vendedor de perfumes, la vida del edificio se había transformado y que, por lo tanto, se precisaba una muestra de agradecimiento hacia el desconocido comerciante.

Fue por lo que, una soleada tarde de noviembre, 10 residentes fueron a visitar al escurridizo personaje. Tocaron su puerta varias veces, pero no hubo respuesta. Luego se percataron que la puerta no tenía llave. Al abrirla, quedaron absolutamente deslumbrados con lo que tenían frente a sus ojos». Fue esta la última línea en el trozo de papel, y Samir Masmoudi quedó intrigado por saber lo que los vecinos habían visto. Quería saber el resto de la historia y corrió hacia donde estaba la bandeja con el resto de papeles. Los leyó uno a uno, pero ninguno continuaba el relato. 


* * *


Como a Cleopatra y a Samir, a Carmen Inés de la Concepción estudiante de derecho de la universidad de Alejandría la atrapó el inicio de una historia en uno de los papeles de borrador, que decía:
«Eulogio Toledo de las Cruces Ismara, servidor público, jefe de la oficina de catastro de la comarca de Olviera, escuchaba con interés la nota editorial que en ese momento se oía por la radio, en todo el país. Decía el periodista: “El editorial de hoy tiene como protagonista, de nuevo, a la pestilente corrupción, que tiene a nuestra ciudad sumida en la más agobiante desesperanza.

Pero les aseguro, mis queridos oyentes, que todo esto va a terminar, y que todos los corruptos caerán, comenzado por ti, Eulogio Toledo de las Cruces Ismarra”. Eulogio salto de su silla, y pensó (en forma ilusa) que se trataba de un homónimo. “¡Ningún homónimo, Eulogio Toledo–continuó el locutor irritado, con golpes de escritorio, que se oían por los parlantes–. Me refiero a ti, por todo lo que has robado en la oficina de …”

Eulogio apagó la radio; su frente se bañaba en desbordante sudor, luego la prendió de nuevo, y la voz del locutor continuaba:  “... y más temprano que tarde, la justicia tocará tu puerta para hacerte pagar todo lo que te…” No había terminado el periodista la sentencia, cuando se oyó que alguien tocaba la puerta de la casa de Eulogio Toledo.

Un viento helado invadió su cuerpo, mientras caminaba a ver de quién se trataba. Al abrir la puerta. Fue esta la última línea en el trozo de papel, y Carmen Inés quedó intrigada por saber quién había tocado la puerta de la casa de Eulogio Toledo. Corrió hacia donde estaba la bandeja con el resto de papeles. Los leyó uno a uno, pero ninguno continuaba el relato.

Con la intriga carcomiéndolos, CleopatraSamir y Carmen Inés pusieron en todos los periódicos, en primera página, un aviso: «Se busca la continuación de una historia». En el espacio adjudicado, describieron su experiencia. El aviso remataba diciendo: «Si la tiene, comuníquese conmigo al teléfono…. Habrá mutua gratificación».


Los relatos nunca aparecieron: pasaron desapercibidos por quienes usaron el papel borrador, con el resto de las historias, o simplemente no se percataron del clasificado.  Por el aviso –colocado también en muchas bibliotecas– nuevos fragmentos se dieron a conocer, y eran igual de intrigantes e inconclusos.

Se supo que la hoja con el título y el nombre del autor nunca fue cortada, y que apareció años después. Decía:

Título: 30 relatos viajeros
Autor: Yosri Abassi

Desde el rincón de una biblioteca, Yosri Abassi fue un silencioso observador de las carreras que daban los lectores hacia la bandeja de papeles. La escena fue su satisfacción y lo único que buscaba; de él muy poco se supo.

La biblioteca de Alejandría convirtió lo sucedido en un llamativo ejercicio de escritura que llamó:

Colcha de relatos, escriba usted la historia.

Fragmentos de los relatos de Yosri Abassi descansan sobre diferentes mesas y el usuario escribe la continuación de la historia, o el relato completo. El ejercicio está permanentemente disponible y la biblioteca invita a sus usuarios a aceptar el reto.

¿Cómo continuaría usted las tres historias de Alejandría y El Cairo?
colcha
Invito a mis amables lectores a aceptar el reto.

Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)

Abu Dabi, marzo de 2018

domingo, 31 de diciembre de 2017

Esa noche nos acostamos muy preocupados


Como "celador" de mi casa tenía la tarea de ponerle candado a las puertas, en especial a la del frente, la que gozaba del mejor candado, el más robusto y seguro.

No se me puede olvidar aquella noche de un primero de enero, cuando me aprestaba a cerrar la puerta principal, el más importante candado de la casa no se encontraba en el calado donde siempre debía estar.
calado
Calado sin candado
De inmediato, todos comenzamos a buscarlo, pero no dimos con él. El calado donde siempre estaba el candado daba a un pequeño patio de un vecino. Pensamos que pudo haber quedado muy al borde y haber caído allí, en el patio que el vecino usaba como cuarto de San Alejo, al aire libre.

Cansados como estábamos (para la hora ya debíamos haber estado plácidamente dormidos) iniciamos la búsqueda del candado, cuyo bronce debía relucir ante tanta chatarra junta. Había esperanza: éramos siete y el patio no era muy grande.

La búsqueda fue rápida, pero sin resultado. El candado no había caído al patio del vecino. Todos, ya hastiados, nos acostamos sin él puesto en su lugar.

El primero de enero es el único día del año en el cual casi nadie sale de la casa. Ese día, en realidad, el candado siempre estuvo puesto en la puerta principal. La fuerza de la costumbre (la que nos mecaniza los 365 días del año) me llevó a buscarlo, cuando yo ya lo había puesto las primeras horas de aquel primero de enero, en medio del jolgorio de pitos y estallidos. Nos fuimos a la cama sintiendonos terriblemente vulnerables, y esa noche no pudimos evitar acostarnos muy preocupados.

Feliz 2018 para todos.
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dabi, Diciembre de 2017







viernes, 17 de noviembre de 2017

¿Ministerio de la felicidad?

Que la felicidad sea una búsqueda de todos no es ninguna novedad, pero que un país se interese en ella hasta el punto de crearle un ministerio, sí que lo es. El país al que nos referimos se llama Emiratos Árabes Unidos, quien ya cuenta con una ministra de la felicidad, y semejante cartera se le asignó a una joven mujer llamada Ohoud bint Khalfan Al Roumi. Ella ostenta el título oficial de ser: La Ministra del Estado de la Felicidad y el Bienestar, en este país del Medio Oriente.
T ministra
La ministra feliz
Entre los primeros beneficiados del singular ministerio están los consumidores, en general, quienes ahora son atendidos en Centros de la Felicidad del Cliente. Estos reemplazaron  a los antiguos Centros del Servicio al Cliente, y la fórmula para lograr el cometido se resume en la siguiente suma de componentes:

Un empleado orgulloso +
Una entidad dedicada +
Un positivo y proactivo usuario = felicidad del cliente.

Para los emiratíes, la suma de estos tres elementos es esencial para tener un verdadero cliente satisfecho. Matemática social y básica.

Formula

Ser feliz por ley

La felicidad se hace tangible por medio de ordenanzas como aquella que dicta que «En entidades del estado se deben destinar –por lo menos– dos horas al mes a actividades que promuevan la felicidad y el positivismo…».

Las entidades estatales en los Emiratos Árabes han creado un nuevo cargo llamado directores o promotores de la felicidad, que tienen como labor principal «..promocionar, entre empleados (y clientes)  una cultura de la felicidad y el positivismo dentro de la entidad, de las cuales son empleados, y hacerla parte del entorno y la rutina de trabajo; coordinar la implementación  del programa nacional para la felicidad y el positivismo; medir y analizar periódicamente niveles de felicidad y positivismo dentro de la empresa, y reportar resultados alcanzados».

Capacitación y entrenamiento 

Implementar la felicidad requiere de mucho conocimiento y preparación, razón por la cual los encargados de llevarla a cabo, en los Emiratos Árabes, fueron a capacitarse en las reconocidas Universidades de Oxford, en Inglaterra, y Berkley en los Estados Unidos.

El programa de capacitación lo conforman cinco pilares de conocimiento, que incluyen:

-    La ciencia de la felicidad y el positivismo
-    Atención plena  (Mindfulness)
-    Liderazgo de un equipo feliz
-    Felicidad y políticas en un trabajo gubernamental
-    Medición de la felicidad

El empleado estatal emiratí adquiere ahora un nuevo rol de responsabilidad y significado, con un flamante título: El Empleado de la Felicidad del Cliente. Si las metas se cumplen –esto es: el cliente sale siempre feliz de una oficina estatal– todos los funcionarios podrán, con gran mérito, ser declarados empleados del mes.

Es pertinente agregar que en otros países como Bután, creador de la idea,  existen también ministerios parecidos al de los Emiratos Árabes. La búsqueda de la felicidad (the pursuit of happiness) aparece también resaltada como un derecho en la constitución de los Estados Unidos de América. La felicidad se ha estado buscando siempre y por todos lados.

t t pursuit
Ya que Colombia se encuentra entre los países más felices del mundo, la apuesta a un ministerio de la felicidad tendría sentido.

Invito a mis lectores a que se imaginen un ministerio de la felicidad en nuestro país. ¿Cómo creen ustedes que sería? Quedo pendiente a sus comentarios. Para terminar, les dejo el discurso de clausura de la ministra Al Roumi,  en un foro internacional de la felicidad. Ver discurso aquí
Feliz día para todos.




Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos
Noviembre de 2017
Referencia
NA. (2017, November 10). Know what. Retrieved from https://www.happy.ae/en/initiatives/Work/3#
Fotos
StepFeed
Know what

domingo, 15 de octubre de 2017

17 historias del mágico Medio Oriente


Estimados lectores:

Quiero, por este enlace, compartir con ustedes una selección de 16 escritos de tipo ficción, en formato PDF (version revisada). Espero sean de su agrado y gracias por seguir este blog.



miércoles, 27 de septiembre de 2017

Aladino cumple tu sueño (Parte 2)

Parte 1 aquí

.......Una soleada mañana de un frío diciembre, la llegada a la juguetería de una joven pareja con sus tres pequeños hijos alegró el inicio del día para el viejo juguetero, que presentía que esa mañana  haría la venta de su vida. Su corazón se lo decía.

“– Buenos días, señor – dijo al entrar un espigado joven, que vestía una elegante chaqueta azul. Mi esposa y yo estamos interesados en lámparas de Aladino para nuestros niños ”.

“– Sí, claro. Tengo muchas –respondió el comerciante con premura– ¿Y con quién tengo el placer?

“–Mi nombre Abdul Kareem y esta es mi esposa Alia.”

“–¡Bienvenidos!– exclamó el juguetero efusivamente–. Mi nombre es Ghassan Khoury, y los estaba esperando”.

Raudo, caminó hacia la puerta, colgó el aviso de cerrado, y bajó la pequeña cortina que cubría la puerta de entrada.

“–No entendemos– dijo Alia sorprendida, mirándolo fijamente.  –¿Dice usted que nos estaba esperando?

“–No se preocupe, señora Alia. Es solo un decir que tenemos los comerciantes cuando atendemos a los primeros clientes del día ”.

Es curioso señor Ghassan, – dijo Abdul Kareem intrigado– su juguetería está casi al lado del edificio donde Alia y yo vivimos muchos años de nuestra infancia ”.

“–Lo es también – añadió Alia– que usted se especialice en lámparas de Aladino”.
“–Esta juguetería nació por una carta que un niño escribió a una niña” –soltó el viejo juguetero, como quien deja caer una copa de cristal sobre el piso.

La revelación dejó el recinto en un prolongado silencio, roto solo por el alboroto de los niños que jugaban en la trastienda. Abdul Kareem y Alia se miraron con un refrenado alborozo, que alimentaba la posibilidad de recuperar dos entrañables recuerdos.

“–¿Usted tiene la carta señor Ghassan?” –preguntó Abdul Kareem con timidez y duda.
El viejo asintió lentamente con su cabeza.

¿Y la lámpara? ”, pregunto Alia, y el viejo Ghassan volvió a asentir.

Cuando terminé de pulir la lámpara que dejaron, –continuó el juguetero– vi sobre la brillante superficie a una hermosa niña de resplandecientes ojos azules caminar a placer sobre la cresta de una rojiza duna, y luego vi a un esbelto joven correr sobre una calle de una ciudad que parecía ser El Cairo; en ese momento comprendí que los dos deseos que ustedes pidieron se habían concedido; luego comencé a llorar de felicidad, que es la misma que hoy me embarga al ver dos sueños cumplidos. Mi corazón no se equivocó y sí, Alia, los estaba esperando, y sabía que algún día vendrían”.

Lágrimas comenzaron a rodar sobre las mejillas del viejo juguetero, quien no dejaba de mirar los rostros de los dos jóvenes, que brillaban con sorpresa y regocijo. Corrieron hacia donde el viejo estaba, y lo abrazaron.  Los tres, por unos buenos minutos, lloraron juntos y sin inhibiciones, mientras los niños seguían jugando en la trastienda, totalmente ajenos al conmovedor momento.

“–Gracias señor Ghassan –dijo Alia con una voz resquebrajada–. Nunca nos hubiéramos imaginado que nuestra increíble experiencia hubiese inspirado tan bello lugar ”.
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Su bella historia, mis jóvenes amigos, – continuó el viejo Ghassan–  es el alma de esta juguetería.  A decir verdad, este lugar vive de ese increíble relato que yo he titulado: Aladino cumple tu sueño,  que cuento a niños todas las tardes en diferentes sesiones. Llevo narrando esta historia por muchos años, y la Sala de Sueños (así llamaba el viejo a la sala de lectura que tenía en la trastienda) siempre ha estado llena; muchos niños, inclusive, regresan para oírla una y otra vez, cuando son adolescentes”.

Debo confesarles que su historia, al final, deja a los niños algo tristes, porque siempre me preguntan: “¿ y que pasó después con Alia y Abdul Kareem?”, y mis vagas respuestas no los satisfacen. “No me gustan las historias que no tienen un final verdaderamente feliz, no creo en esta historia, señor Ghassan ”, me lo ha dicho más de un niño, con justa razón. A partir de hoy, la historia tendrá el final verdaderamente feliz que los niños claman.”

Otra pregunta que seguramente harán los niños es sobre cómo ustedes se reencontraron. Esa parte de la historia hace falta, y les pertenece a ustedes.”

Todo sucedió como en un cuento de hadasAbdul Kareem hace una pausa, inhala y exhala una bocanada de aire–. De Beirut nos hizo salir, primero, la soledad que un día cualquiera se tomó el edificio Malabares, donde vivíamos, luego fueron los vientos de una guerra civil que era inminente en el Líbano, nuestra partida fue azarosa, y casi que corrimos solamente con lo que teníamos en las manos, Alia a Escocia y yo a Egipto; cuando esto sucedió estábamos los dos distantes, sin habernos comunicado por mucho tiempo. Alia y yo habíamos trazado, sin proponérnoslo, una estrategia de reencuentro, que en realidad, era un juego de un niño que quiere encontrar a otro en una gran ciudad, y que jugábamos mucho cuando vivíamos en el edificio Malabares. El juego decía así:

Si estoy en El Cairo y no tienes mi dirección, así me encontrarás…

Como yo vivo en El Cairo, ciudad donde nací, voy a ir muchas veces a todas las jugueterías de esa ciudad y le voy a decir a los jugueteros que me interesan muchísimo las lámparas de Aladino, entonces todos los jugueteros de la ciudad del Cairo sabrán que hay un niño, que se llama Abdul Kareem, que siempre viene preguntando por las lámparas de Aladino; luego tu, Alia, vas a la ciudad del Cairo y vas también muchas veces a todas las jugueterías y preguntarás por un niño que siempre anda preguntando por lámparas de Aladino, y el juguetero te dirá que sí  que el conoce a ese niño, que es así y asao, que de pronto hasta llega en cualquier momento, y tu, Alia, me esperarás en esa juguetería; si te cansas de esperar, vas a otra juguetería donde yo podría estar;  ahora los dos estaremos visitando las jugueterías del Cairo y seguro y, si Dios quiere, algún día nos encontraremos y vamos a estar los dos muy felices de volvernos a ver”.

“Luego Alia contaba la historia estando en Edimburgo, la capital de Escocia, donde ella había nacido. Repetíamos el juego en diferentes ciudades del mundo. Nos encantaba este juego de geografía  que, en nuestra imaginación de niños, nos hacia viajar y visitar muchos lugares.”

Mucho tiempo después– continuó esta vez Alia–  los dos, ahora adultos, a miles de kilómetros de distancia, entre sí, y sin decírnoslo, estábamos jugando al juego del reencuentro. Habría un momento en el que ambos coincidiríamos en el mismo lugar. Era un juego de azar, de emoción y expectativa, también de paciencia, persistencia y, ante todo, de mucho amor. El reencuentro felizmente se dio en  una juguetería en El Cairo, como en el juego del edificio Malabares. Duramos buscándonos casi dos años. Abdul Kareem iba a Edimburgo y yo al Cairo, íbamos y veníamos. Así fue nuestro reencuentro, lloramos mucho ese día y nos dijimos que nos habíamos extrañado mucho y declaramos nuestro amor; nos casamos una semana después.

“–¡Brillante y enternecedor! – exclamó el viejo, sin esconder un ápice de su emoción–. Ahora tengo esa parte que le faltaban al cuento. Qué afortunados van a ser los niños que hoy vengan a oír un remozado y aún mas deslumbrante relato. Gracias, y serán ustedes quienes esta tarde les den las respuestas a los niños. Entrarán al final de la historia, cuando, ténganlo por seguro, algún niño hará la pregunta de siempre: “¿ y que les pasó después  a Alia y Abdul Kareem?”

Ese anhelado momento llegó. Con la Sala de Sueños repleta, Alia y Abdul Kareem, los protagonistas de la historia, aparecieron como arrancados de una fábula, para sorpresa de todos los niños, que los miraban con la boca abierta. Respondieron todas las preguntas que los niños hicieron, y les hablaron de la importancia que tiene cultivar una amistad y del poder de soñar, de soñar y desear para los demás, y nunca desfallecer.

El viejo Ghassan Khoury siguió contando la historia hasta el último suspiro de su vida, y dejó el legado de la narración a sus familiares y amigos.

Alia y Abdul Kareem se convirtieron en personajes de carne y hueso sacados de un cuento fantástico parecido a los de Las mil y una noches. Al final ellos, de cuerpo presente, ayudaron a que la historia terminara como los niños querían: con un verdadero final feliz.

Aladino nunca se cansa de escuchar la historia, es su preferida, y le gusta mucho oírla cada noche, para dormir plácidamente,  sabiendo que el genio de su lámpara ha cumplido tu sueño.

Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dabi Septiembre de 2017

¿Cómo le pareció esta parte de la historia?
Entre al enlace y opine.
Gracias
https://www.surveymonkey.com/r/RTBVZWB

domingo, 10 de septiembre de 2017

Aladino cumple tu sueño (Parte 1)

El cierre de la puerta dejaba en el corredor un eco profundo, que era inusual en la rutina de inicio del día de la familia Sinclair. Todos los juguetes de los niños vecinos estaban en frente de las puertas, como de costumbre, pero aún así el eco persistía;no había suficiente espacio vacío que lo justificara, hasta que Ahmed, el portero del edificio, les dio la explicación.

Se quedaron solos en el primer piso, doctor Sinclair – le dijo con un tono compasivo y ceremonioso–, todos sus vecinos se mudaron mientras ustedes estuvieron por fuera. Muchas puertas quedaron entreabiertas; el eco viene de dentro de los apartamentos, del vacío que deja la soledad.”
– ¿Y porqué los niños no se llevaron sus juguetes? – le preguntó el doctor con la inmediatez que aviva la curiosidad.

Se los dejaron a Alia, de pura generosidad, y dentro del apartamento del señor Eissa está la lámpara.
¿La de Aladino? – le preguntó el galeno.
En el Medio Oriente casi todas las lámparas son de Aladino, mi apreciado doctor– respondió el jordano con su usual tono de profesor de cátedra.

Alia, la hija invidente del doctor Sinclair,  siempre quiso tener esa lámpara–la del niño vecino, Abdul Kareem– porque había algo en ella que la intrigaba, o era solo la caprichosa preferencia de los niños por el juguete ajeno. Corrían los años 70; Alia tenia 10 años y  Abdul Kareem 11.

En el edificio Malabares solo quedaba la familia Sinclair, a quienes la tristeza de la soledad los hizo mudar un tiempo después, una tarde de un frío Noviembre.

A Ghassan Khoury –restaurador de juguetes de 75 años, de la ciudad de Trípoli– le dijeron que en el abandonado edificio Malabares, en la calle Kasti, había muchos juguetes que estaban a punto de ser tirados a la basura, antes de demoler la gigantesca y oscura estructura que afeaba esa bulliciosa zona turística en el corazón de Beirut.

El acceso al viejo edificio lo logró el juguetero, después de una larga negociación con un lunático portero que reclamaba la posesión sobre el inmueble, aduciendo que los propietarios le habían traspasado todos los derechos de propiedad.

“– Se fueron todos corriendo–” decía  con un tono de complacencia.
“–No me voy a llevar su edificio, solo vengo por unos viejos juguetes– fue el argumento del restaurador, suficiente para abrir una desmantelada y  chirriante puerta.

“–Le doy solo una hora– le advirtió el portero irritado–, que escasamente le alcanzará para el primer piso. Todas las puertas están sin llave.

Armado con dos  gigantescas cajas de cartón,  el juguetero y dos de sus empleados se dieron a la tarea de recolectar polvorientos juguetes que aún se encontraban en buen estado. Estaban en el apartamento donde el niño Abdul Kareem y su familia habían vivido, y allí se encontraba la lámpara, en un solitario rincón, atestada de polvo, y como si nunca hubiese tenido lustre alguno.

En algún punto del piso de una de las habitaciones–en medio del constante trajín de pisadas– se dejaba oír un sonido hueco que no pasó desapercibido para el buen observador Ghassan.

“–Hay una baldosa floja allí–” exclamó con sorpresa, señalando el punto exacto de la resonancia. Su curiosidad de niño grande debía ser satisfecha.

Con extremo cuidado, uno de sus empleados levantó el decorado baldosín, y del interior extrajo una amarillenta hoja de papel doblada con una esmerada simetría.

La breve y conmovedora carta la había escrito el niño Abdul Kareem a su amiga Alia Sinclair, con una tinta azul que comenzaba a descolorarse.

Hola Alia
Qué afortunado somos de tener esta lámpara con un genio tan generoso. Yo ya le pedí mi deseo, y pronto podrás ver, como alguna vez te los describí, todos esos bellos  paisajes de Oriente Medio. El  genio me dijo que los deseos se cumplirían solo cuando los dos los hayamos pedido. Ahí te dejé la lámpara y deberás pedir tu deseo cuando regreses de viaje. Gracias por ser tan buena amiga y siempre jugar conmigo, así estuviera yo en una silla de ruedas. Deja la lámpara y esta carta en el mismo lugar de siempre.
Abdul Kareem
P.D.
Nos robaron un deseo y sospecho de Ahmed, que creo que pidió el deseo de la soledad.

Semejante manifestación de afecto y convicción, ataron sentimentalmente al viejo juguetero al decrepito edificio y a los dos niños con impedimentos, que algún día lo habitaron. Su vivaz imaginación de niño viejo veía dos deseos de una lámpara de Aladino materializados en una realidad para celebrar. Su corazón se lo decía:  Hoy Alia Sinclair, con sus bellos ojos, admira y disfruta las rojizas dunas de un inmenso desierto, y Abdul Kareem corre como loco las calles de una bulliciosa ciudad en el Medio Oriente.

En la misma calle del viejo edificio Malabares, el viejo Ghassan Khoury se hizo a un local, donde montó su juguetería, la cual llamo: Pequeños deseos en honor a los niños Alia y Abdul Kareem y a su entrañable amistad. La juguetería se especializó en: Restaurar lámparas de Aladino y cumplir deseos, como reza su publicidad.
T pequenos deseos

Una soleada mañana de un diciembre, la llegada a la juguetería de una joven pareja con sus tres pequeños hijos alegró el inicio del día para el viejo juguetero, que presentía que esa mañana  haría la venta de su vida. Su corazón se lo decía.

Continuará......

Parte dos

Marcelino Torrecilla (matorrecc@gmail.com)
Abu Dhabi, Septiembre de 2017