En tierras de los Emiratos Árabes Unidos se le llama Dana a la perla más preciada. Viejos lobos de mar afirman que una Dana se pesca de generación en generación, por lo tanto es la perla más esquiva que haya existido.
Para un pescador, conseguir una Dana –en los inicios del naciente país petrolero– significaba las ganancias en dinero de todo un año de arduo y peligroso trabajo.
Cuenta una leyenda que, en cierta ocasión en el emirato de Sharjah, un joven e inexperto pescador llamado Abdulrahman Miftah Masoud tuvo la suerte de pescar una Dana, en las aguas del mar arábigo
Su
inexperiencia en la pesca de perlas iba bien de la mano con su
ignorancia del significado cultural y material de las legendarias gemas.
El joven Abdulrahman, desconociendo totalmente el valor de una Dana, fue de inmediato al souq (plaza de mercado) más cercano a venderla, como quien vende cualquier baratija.
Claro, en el souq
se la arrebataron de la mano a la primera exigencia económica que el
bisoño pescador hizo por la nobilísima joya. Y como todo en un pueblo
pequeño se sabe, el rumor, como una envolvente tormenta de arena, se
esparció por toda la comarca:
EN EL SOUQ DE AL ARSAH ALGUIEN ESCONDE UNA DANA
La pretendida Dana
se podía encontrar, entonces, entre la inmensa maraña de algunas
pocas riquezas y un gran número de bagatelas, que albergaba el
legendarioo souq de Al Arsah, en Sharjah.
En una mañana de un caluroso día del mes de junio, el gran souq fue despertado y sacudido por un histórico allanamiento que duró cinco incansables días.
A la gran Dana
la buscaron palmo a palmo, cachivache tras cachivache, día y noche
durante interminables horas, para las cuales se necesitaron varios
turnos de buscadores. Muy a pesar del extenuante esfuerzo, la perla no
apareció en la gran plaza de mercado.
Al
joven pescador no se le vio más por el pueblo. Se cuenta después, que,
ante su tragedia de desgracia e ignorancia, el hombre corrió hacia la
playa y nadó delirantemente hasta el punto en el mar en donde había
encontrado la Dana. Se lanzó con el quimérico deseo de hallar una nueva y, de alguna forma, reparar la falta. Abdulrahman Miftah Masoud se ahogó con el deseo y su cuerpo nunca fue encontrado.
Cuentan que el joven le había vendido la Dana a un beduino llamado Abdulla Ali Sulaiman. El habitante del desierto,
en su inquebrantable deseo por conservar la joya, emprendió una
frenética carrera de horas y días en el inmenso desierto emiratí. Solo
se detuvo cuando sus piernas desfallecieron de físico cansancio, y fue
en este preciso punto donde se presume que el viejo beduino había
enterrado la joya.
La larga carrera de Abdulla Ali Sulaiman terminó trágicamente en las goteras del emirato de Sharjah, donde su cuerpo fue encontrado, boca abajo, en las ardientes arenas del desierto.
Su
muerte se produjo por agotamiento, después de andar errante muchísimo
más tiempo de lo que hasta un beduino mismo pudiese resistir. El cuerpo
sin vida fue hallado un medio día del mes de agosto, sin la anhelda Dana.
Fallecidos
los dos protagonistas de la gran perla perdida, la búsqueda continuaba y
la clave para hallarla estaba en determinar el punto exacto, en el
inmenso desierto, donde Abdulla Ali Sulaiman pudo haber escondido la gema.
Semejante cálculo tenía muchas preguntas y muy pocas respuestas. No se sabía, por ejemplo, qué dirección había tomado Abdulla. Muy
posiblemente hacia el sur, que era la zona más conocida y transitada.
Por otro lado, pudo haber tomado el norte, precisamente buscando un
lugar desolado para su propósito. Tampoco se sabía cuántos días había
caminado y corrido, antes de llegar al punto del escondite.
En el desierto de Sharjah
las preguntas de este tipo llovían y todo era conjeturas y
especulaciones, pero alguien tenía que resolver esta especie de acertijo
matemático.
La dificil tarea se la encomendaron al gran sabio de la época, el matemático Iraquí, Ahman Tahir Salem acompañado por un grupo inter-disciplinario de eruditos, liderado por el científico Jordano Diyaa Khaled Nasser.
Los
respetados estudiosos permanecieron reunidos por espacio de cinco días.
Una luminosa mañana del mes septiembre, los notables informaron al
público el sitio aproximado donde, ellos calculaban, Abdulla Ali Sulaiman había dejado de correr y escondido la Dana.
«Nuestros cálculos nos indican –anunciaba con gran solemnidad el gran sabio Ahman– un punto hacia el sur, a unos 200 kilómetros de aquí, al pie de la Duna de Al Amal».
Entusiastas
caravanas partieron de inmediato al sitio indicado por los peritos y
minuciosas excavaciones iniciaron una nueva búsqueda.
El segundo intento por hallar a la Dana,
removiendo arena desértica, tomó las noches y los días de 40 jornadas,
después de las cuales, los fervientes buscadores desistieron de puro
agotamiento y desesperanza.
Tristemente, el
cálculo de los afamados científicos había sido desacertado y la perla
seguía esquiva a la vista de los pobladores del emirato de Sharjah. Después de este, nunca hubo un intento más por encontrar a la Dana y, en ese día 40 de búsqueda, la elusiva gema se declaró perdida y sepultada para siempre.
La Duna de Al Amal, muy a pesar de todo, se identificaría siempre como el lugar donde podía estar la Dana.
Por lo tanto, la emblemática y aislada colina se convirtió en un lugar
de especial significado, de recuerdo y romería, donde todavía se
añoraba la perla perdida del souq de Al Arsah.
La
gran Dana tuvo únicamente dos destellos, que fueron vistos solo por dos
hombres, a quienes siempre se les consideró inmerecedores de semejante
vivencia. Fueron los destellos, de los cuales fue privada toda una generación, la generación, que por mucho tiempo lloró lágrimas de nácar.
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dhbi , noviembre de 2014
http://blogs.eltiempo.com/un-colombiano-en-emiratos-arabes-unidos/
Fotos
Perlas y bagatelas: Periódico El Nacional de Abu Dhabi