viernes, 13 de febrero de 2015

La niña guardaespaldas de Kabul

La transición de Shukria, de niña a niño, se dio sin contratiempo, tal como su padre lo había dispuesto, inclusive, antes de ella  nacer. La transformación se inició a una muy temprana edad, con su nuevo nombre masculino: Shukur.

Unos pocos años después, Shukur se mostraba en las calles como un joven serio y envalentonado de ensortijada cabellera, en jeans y chaqueta de cuero. Cargaba siempre una filosa navaja en su bolsillo trasero, en caso de tener que defender su honor, o el de alguna joven a su alrededor.
BOCHA A BE
De Shukria a Shukur
La anterior escena está plasmada en las calles de Kabul, Afganistán. La metamorfosis por la cual Shukria había pasado se le denomina bacha posh: una legendaria costumbre afgana  que consiste en iniciar a una de las hijas de la familia en el rol de niño, ante la ausencia de un varón. Shukria, como bacha posh, se le tenía encomendada una misión.

De los tres hermanos que tuvo Shukria, sólo sobrevivió el tercero, al parecer, víctima de planeados envenenamientos, de los cuales se acusó a la primera esposa de su padre. El motivo de tan atroz acto  se atribuyó a la imposibilidad de la mujer de poder concebir.

– Fue una vil venganza –afirmó siempre la mamá de Shukria–, por  lo cual tenía que pagar. Lo anterior originó un sangriento enfrentamiento entre las dos esposas, del cual salió muy mal librada la aparente autora de los infanticidios.

La misión

En Afganistán, la llegada de un varón se celebra con júbilo y alborozo, al tener éste más posibilidades y oportunidades de avanzar social y económicamente en la vida. Es por lo anterior que un varón representa un garantizado ingreso monetario a la economía familiar afgana.

Al tener la familia ahora  un solo varón el maltratado hermano de Shukria llamado Ahmad*, el que sobrevivió al envenenamiento se consideraba este la joya del clan. Ameritaba, Ahmed, entonces, toda la atención y protección que se le pudiera ofrecer.

–El próximo niño que nazca tendrá la misión de proteger al pequeño Ahmad– sentenció el padre del infante.

Meses después, nacería una bebé (aunque todos hubiesen deseado un varón) a quien, inicialmente-  llamaron Shukria, destinada a ser la bacha posh de la familia, la niña guardaespaldas de su malhadado hermano mayor.

En su rol de guardián, Shukria (ahora Shukur) se convertiría en la sombra de su hermano. Su nueva envestidura  la hacía merecedora de algunos privilegios como el de tener su propio cuarto, mientras el resto del clan –compuesto por ocho miembros– dormía en una sola habitación.

Eran los varones los que comían primero, hablaban primero y no tenían porqué preocuparse de las tareas del hogar como lavar platos, fregar pisos o cocinar.

Para Shukur y Ahmad, los dos príncipes de la casa, el quehacer diario representaba una comunión de actividades que compartían casi que al unísono: lo que primero comía Shukur, luego lo comía Ahmad, y lo que primero bebía Shukur, luego lo bebía Ahmad.

Dormían, rezaban, estudiaban y jugaban juntos. Si alguien amenazaba a AhmadShukur entraba en acción interponiendo su cuerpo como un escudo, y mostrando su filosa navaja. Shukur era la sombra fraternal de su hermano, una tarea que ella hacía con gusto y devoción y de la cual se sentía muy orgullosa.

Como hombres tenían libertad y pertenecían a la calle, donde pasaban la mayor parte del tiempo con su pandilla, compuesta por ocho miembros. Deambulaban los barrios de Kabul, en chaquetas de cuero –al estilo Fonzie– y jeans apretados,  comprando peleas para demostrar fuerza y alcanzar honores. El mundo estaba servido para ellos tomárselo.

Visita talibán 
Con la llegada del ultra conservador régimen talibán a Afganistán, a las mujeres se les impuso un estricto código de vestir. Entre muchas advertencias, quedaba rotundamente prohibido que las mujeres se vistieran como hombres. Las niñas bacha posh, por lo tanto, se encontraban en la mira de los intransigentes defensores del nuevo sistema, quienes estaban dispuesto a erradicarlas de un tajo.

VISITA
Boom Boom: alguien toca la puerta
A los temidos guardianes Muyahidines les llegó un rumor de la existencia de una niña bacha posh en la vecindad de Darulaman; hoy tocaban a la puerta de la casa de Shukur para investigar.

Silencio y terror invaden la casa ante la presencia de los desaliñados visitantes, quienes entran armados hasta los dientes. Solo un miembro de la familia tiene la osadía de dar un paso adelante, y en forma desafiante dice:
– Seguramente es a mi a quien ustedes buscan.

Sin pestañear un solo segundo, los dos jefes del piquete observan minuciosamente a Shukur de pies a cabeza y luego intercambian miradas.
La puesta en escena –en la parte actoral y de vestuario– por parte del joven fue tan natural y convincente, que los talibanes le creyeron.

Tu luces como un muchacho –le replicó firmemente el jefe del grupo–, y eres completamente un muchacho y por lo tanto te llamaremos muchacho.

Shukur había pasado con honores y valentía el examen talibán, pero nada garantizaba que tuviera la misma suerte en una segunda ocasión. Sus familiares temían por su vida y ya con Ahmad crecido y maduro para defenderse por sí solo, pensaban que su misión como guardaespaldas había llegado a su fin.

Shukur podía perfectamente exclamar: ¡misión cumplida! Era la hora de volver al género, era la hora de nuevamente ser mujer.

Para Shukria, ser mujer después de 18 años en el rol de hombre, no iba a ser nada fácil. De hecho, se resistía a  siquiera considerar semejante posibilidad. El rebelde y altanero Shukur prevalecía en su personalidad, y afloró con violencia cuando un primo le anunció que a ella ya la habían  comprometido con un señor de la vecindad. (los matrimonios en Afganistán se hacen por arreglo)

Shukria le respondió con una fuerte trompada a la cara, que le dejo la nariz ensangrentada. El primo lo pensó dos veces antes de contraatacar.

Aprender y desaprender

Finalmente, la altanería y resistencia de la rebelde Shukria sucumbieron ante tanta presión familiar. Era escoger entre el honor de la familia al presentarse formalmente ante la sociedad como mujer casadera. O la ignominia de quedar atrapada, y socialmente aislada, en un extraño limbo de género, que la ponía en una situación de alto riesgo.

Para esta nueva etapa de su vida, había muchos hábitos y conductas que Shukria tenía que aprender y desaprender. Una de las más difíciles lecciones –de aprender– fue el ponerse por primera vez en su vida un vestido de mujer. Por eso odió, como nadie, el día en que una tía le compró una burka, una faldaque casi tocaba el suelo y un par de pequeños zapatos puntiagudos difíciles de calzar y llevar.

– Ya te acostumbrarás –le decía en forma entusiasta la tía–, pero Shukria sabía que en el fondo le estaba mintiendo.
– Es muy fácil para ti decirlo –le respondió con firmeza–, que has sido  siempre mujer.

Algunos años después

Shukria finalmente se casó a la edad de veinte años. La Shukria de hoy es una mujer de 35 años, que tiene tres hijos y trabaja como enfermera anestesióloga en uno de los hospitales de mayor congestión en Kabul, donde ha estado por 10 años. Su tránsito de vuelta a la extraña vestimenta de mujer y madre, es una experiencia que recuerda con sentimientos encontrados.

La nueva Shukria vive con los familiares de su esposo, bajo la tutela de todos ellos, sin ninguna de las libertades que en un buen tiempo de su vida disfrutó y derrochó.

El poco espacio de libertad que Shukria disfruta se lo da la rutina de ir al trabajo. Hoy es uno de esos días. Entra a una bazar y, a escondidas, aspira la fragancia de un after shave, que discretamente se aplica en varias partes de su cuerpo.

De un estante toma el tamaño mediano de una fragancia  llamada “Royal After Shave", hecha en el Reino de Arabia Saudita, y se la entrega a la vendedora.

Es para mi esposo–, le comenta en forma espontánea.
Los efímeros placeres de oler un after shave le evocan a Shukria la añoranza del libre albedrío masculino de una indocumentada social, que hoy vive en un mundo de restricciones, donde no encaja.

Del bazar, Shukria sale rauda, justo en el momento que –a la distancia– una poderosa bomba sacude el corazón de una ya convulsionada Kabul. Los tremores del impacto aún los siente en sus pies, pero sigue caminando. El deber la llama. Casi de inmediato, el desesperante ulular de sirenas de ambulancias se deja oír.
Hoy va a ser un largo día de trabajo”, comenta  la enfermera del piso 5 del hospital de Kabul, y acelera su paso. En las siguientes horas, los encontrados pensamientos de su pasado y su presente serán desplazados por las terribles escenas de una guerra absurda y ajena.

En  el libro de la escritora Jenny Nordberg no se da el nombre del niño. He usado el nombre de Ahmad para facilitar la escritura de mi relato.
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dhabi, Febrero de 2015
Referencia
Nordberg, J. 2014. The Underground Girls of Kabul. Virago Press

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