En
tierra de nadie –en medio de escombros y con el temor de ser alcanzados
por francotiradores– dos adolescentes, cada uno llevando una bolsa de
libros en sus manos, se aprestan a emprender la última carrera que los
llevará a su destino final: la subterránea biblioteca de Darayya,
en las afueras de una desolada Damasco, capital de Siria. Para los
muchachos terminaba un día de recolección de textos, esta vez, por
fortuna, sin novedades que lamentar.
La actividad académica para muchos de los jóvenes de Darayya
se detuvo con el inicio de la guerra clausurándoles colegios,
universidades y todo establecimiento que promoviera cualquier tipo de
desarrollo humano.
Así es, la guerra en Darayya
ultimó el acceso de jóvenes sirios a centros de aprendizaje, pero nunca
el deseo y el entusiasmo por aprender y seguir creciendo en el regazo
de la academia. Una prueba de lo anterior lo constituye la biblioteca de
Darayya creada por los estudiantes de esta localidad, a
unos buenos metros debajo del escombro de la guerra siria, que solo
retrata el no-futuro y la zozobra.
Anas Ahmad,
un antiguo estudiante de ingeniería civil, fundó la biblioteca junto a
un buen número de sus compañeros de universidad, con quienes ha logrado
reunir 14.000 libros de todo tipo de temas, incluyendo algunos
inimaginables.
Muy
a pesar de las difíciles condiciones, una de los principales objetivos
de los jóvenes es siempre estar alimentando los estantes con nuevas
lecturas, lo que significa salir de cacería de textos (ilustrada por los dos jóvenes al inicio) en lugares de la arrasada ciudad, tan peligrosos como inexpugnables.
Muy
a pesar del riesgo de morir, las azarosas incursiones valen la pena,
por la vital labor social que la biblioteca cumple, al convertirse en
un centro de consulta, aprendizaje y entretenimiento comunal para una
necesitada población.
La
consulta de temas abarca una gran gama, que va desde voluntarios de un
hospital que buscan información acerca de cómo tratar a sus pacientes,
pasando por profesores principiantes que requieren de literatura
pedagógica para preparar sus clases, hasta llegar a nóveles odontólogos
que “asaltan” los estantes ávidos de encontrar mejoradas técnicas que
los ayuden a preparar una calza dental o extraer una muela.
El
resto de visitantes toma el riesgo de adentrarse en el lugar, por el
solo placer de leer. Todas las consultas que se hacen son clandestinas,
ya que la localización de la biblioteca es un secreto al cual solo
algunos tienen acceso. Deben, celosamente, proteger el sagrado
lugar de los enemigos del conocimiento y de los que se incomodan porque
exista una población informada.
Por ser un asiduo visitante y desplegar un inusitado entusiasmo por el lugar, un joven de 14 años de edad llamado Amjad, ha sido nombrado bibliotecario adjunto, y ejerce su labor con toda la responsabilidad que el cargo exige.
En el insospechado recinto, Amjad, como el resto de usuarios, ha encontrado refugio físico y espiritual.
Armándose de libros
Tampoco los rebeldes escapan a la seducción y al momento de solaz que
la lectura brinda, y son ellos los usuarios externos que se arman con un
buena cantidad de libros, que llevan al frente e intercambian una vez
terminan las lecturas.
Hacen,
de esta manera, sus peligrosas jornadas – que pueden durar hasta 7
horas– mucho más llevaderas, flanqueados por un libro y un fusil; para
los combatientes, la fecha de devolución de textos es indeterminada e
incierta.
A uno le indicaría la lógica que los habitantes de Darayya deberían estar más preocupados por conseguir comida, medicamentos y demás – en vez de libros –, pero ellos
tienen bien claro que el alma y el espíritu necesitan también
alimentarse, más aún en las circunstancias adversas en que todos
intentan vivir.
Los jóvenes de Darayya,
a quienes vilmente les robaron el valioso tiempo para ir a la
universidad y prepararse, no podrán tener una certificación académica de
todos los conocimientos y destrezas que adquirieron en la subterránea
biblioteca de su barrio, incluyendo la habilidad de cómo sobrellevar una
guerra, el más importante de los aprendizajes.
Por
otro lado, podrían mostrar orgullosos un diploma que, en letras
resaltadas, certificaría la autenticidad de la más grande y duradera de
todas las experiencias, como lo es el aprender para la vida misma. El
dilema es que la vida en Siria no tiene futuro y nadie puedo saber en
verdad, quienes lograrán sobrevivir para contarlo.
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dhabi enero de 2017
Fotos: MALEK y BBC
http://www.bbc.com/news/magazine-36893303